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EL MIEDO ESCENICO 
(c) 1998. Javier Sánchez-Beaskoetxea (Artículo publicado 
en el nº  6 de Cicloturismo a fondo en marzo de 1998)     "Llevo ya una semana con 
      un dolor en el pecho al respirar, y no se me termina de quitar, y eso que 
      estoy tomando antibióticos." "Sí. Yo también tengo la rodilla hecha polvo. 
      No sé si es artrosis crónica o el tendón inflamado. A lo peor me tienen 
      que operar." "Eso no es nada. Yo llevo desde enero con una anemia 
      fortísima. El médico me mandó tomar seis pastillas de las rojas cada día, 
      y para colmo los riñones no me dejan vivir. Todos los días me doy 
      antiinflamatorios y voy todas las semanas al masajista." Pues no. Esta conversación 
      no la escuché en la entrada del ambulatorio de mi barrio; ni en el banco 
      del parque donde se reúnen los jubilados por la tarde a tomar el sol; ni 
      tampoco en la última reunión familiar a la que asistieron las tías de mi 
      cuñada. No señor. Frío, frío. Para oír una conversación como ésta hay que 
      ponerse en la primera línea de salida de una marcha ciclista, y si ésta es 
      de las duras mayor probabilidad de encontrar gente con graves problemas 
      médicos, gente que en muchos casos no supera los treinta y pocos años y 
      que al terminar la marcha habrán completado un recorrido montañoso de 
      doscientos kilómetros a una media superior a los treinta por hora. ¿A qué se debe que un joven 
      deportista, sano y bien entrenado pueda tener más achaques en el cuerpo 
      que un venerable nonagenario postrado ya en el lecho y con el pasaporte en 
      la mano para su último viaje? Evidentemente no estamos 
      ante un problema de salud, ni siquiera de salud mental, y no porque 
      tengan, o tengamos todos los cicloturistas, flojo un tornillo –lo que 
      probablemente también sea cierto- sino porque presentamos lo que se viene 
      a llamar el "miedo escénico". Tengo entendido que también 
      los actores de teatro y otras personas que deben enfrentarse a algún 
      acontecimiento trascendental suelen padecer de este temido mal. Incluso he 
      oído que algunas personas lo padecen el día de su boda, aunque yo, para 
      evitarlo, antes de ir a acompañar a mi querida futura esposa al juzgado, 
      salí a dar una vuelta en bici para aprovechar el bonito día que hacía. En fin. ¿Es bueno este 
      desasosiego que se sufre ante lo que para nosotros es un trascendental 
      encuentro con el destino? Yo creo que sí. Por experiencia os puedo decir 
      que cuanto mayor es el pánico al fracaso, a la siempre frustrante y 
      deshonrosa retirada; cuanto más graves son las dolencias que padecemos 
      antes de una gran cita, mejores prestaciones deportivas nos dará nuestro 
      "a priori" aquejado cuerpo. ¡Regocijaos pues ante un 
      repentino dolor en la rodilla, pues éste será la señal! Pero esto no quiere decir 
      que sin sufrimiento no haya satisfacción. No se trata de ser masoquista, 
      no vaya a ser que alguno me malinterprete y cinco días antes de una marcha 
      esté aporreándose con un martillo en la rodilla porque no le afecta ningún 
      tipo de mal. No la he puesto en práctica, pero creo que esta estrategia 
      puede llegar a ser harto dolorosa. Estamos ya a punto, si no 
      lo hemos hecho ya, de comenzar nuestras primeras pedaladas oficiales por 
      las grandes pruebas que nos hemos marcado como objetivo en nuestro 
      calendario personal. Y en pocas semanas ya estaremos preparados para 
      afrontar esos retos que se salen un poco de lo que normalmente realizamos. A poco que estéis atentos a 
      vuestros compañeros en las salidas escucharéis conversaciones como la que 
      da inicio a este artículo, y os doy un consejo de amigo: no os pongáis a 
      rueda de aquellos que se quejan de los padecimientos más graves, a no ser 
      que lleguéis con una preparación similar a la que Olano o Ullrich tengan 
      en la salida del Tour. Mejor os irá si seguís a los que dicen estar bien 
      preparados para la marcha, pues casi seguro que ésos no irán en cabeza de 
      pelotón. Lo mismo os digo respecto a 
      los que se quejan de no haber entrenado o de que son unos pobres 
      "globeros". Seguramente andan más que tú cuando andas bien. ¡Si hasta el 
      bueno de Antonio Alix se autodenomina "globero", y se hace en invierno 
      recorridos de una porrada de kilómetros junto a profesionales de postín! ¡Ya quisiera yo andar la 
      mitad de lo que andan estos "globeros" cuando están enfermos y no han 
      podido entrenar! Como ya he dicho antes, es 
      bueno que tengamos algo de lo que quejarnos, pero sin pasarnos, pues 
      entonces nadie creerá que nuestros padecimientos son reales, y, bueno, que 
      mi mujer no me crea cuando le digo que tengo un dolor, pues es algo a lo 
      que ya estoy acostumbrado, pero que no me crean mis amigos, eso ya me 
      dolería más. También hay quienes padecen 
      las dolencias "a posteriori", es decir, buscando excusas cuando no han 
      obtenido los resultados que esperaban y que habían anunciado en toda la 
      prensa especializada. Está muy mal visto eso de achacar nuestra pobre 
      prestación deportiva en el siempre difícil ascenso al Col del’Agonistic a 
      una mala digestión del desayuno, o al tiempo, o a algún otro avatar del 
      destino que no se ha portado con nosotros correctamente. Nos pareceríamos 
      a un conocido ciclista al que se le atribuía esta fea costumbre de 
      encontrar pretextos cuando no le andaban bien las cosas. Quizás por ello nuestro 
      subconsciente nos lleve a padecer el "miedo escénico" que me ha dado pie 
      para escribir estas líneas. Así, y sin pretenderlo, al darnos nuestro 
      cuerpo un serio problema antes de la gran prueba, ya no tendremos que 
      excusarnos ante nosotros mismos ni ante los demás, y además serán éstos 
      quienes nos elogien por haber superado tan terribles dolencias y por haber 
      andado tan bien a pesar de todo. Siempre es mejor 
      adelantarse a los acontecimientos y no tratar de minimizar la derrota. 
      Convertir el fracaso en un éxito es un arte que algunos dominan sabiamente 
      y que practican con una pasmosa facilidad. Bueno. Os deseo un montón 
      de padecimientos a todos para vuestra próxima marcha. Así rendiréis a 
      tope. Sin duda.