C. C. Residencia 80 - Artículos

Rafael Borrás

 

LA MARMOTTE 2004

 

Ser el más fuerte, o el más veloz, o capaz de dar el salto más elevado, fue durante un millón de años la única fuente de poder, el único trono donde sentarse. Y así lo fue hasta que el ser humano prolongó su cuerpo con la espada primero y con las bombas después; y siempre con la cada vez más sutil perfidia de su cerebro. De ahí que actualmente toda la gloria de una proeza deportiva es en realidad una conmemoración de aquella primitiva pureza física de los humanos, a través de la cual la ética y la honestidad eran consustanciales con la musculatura. No había lugar para el engaño.

Hoy en día, quien practica regularmente un deporte sabe que ante el esfuerzo físico sin sofisticaciones, sobre todo cuando se disparan las alarmas, quedan borrados los perfiles de todo disfraz para exponernos tal como somos. En el ciclismo, el álgebra gestual viene a ser como un código de señales que, por ejemplo, en plena ascensión a un puerto de silueta intimidante, dibuja la pura verdad de cada cual. Llegado el momento en que falta el aire y todo el organismo se funde en un solo dolor, ya no valen pláticas y fanfarronadas, parafernalias o torres de plata, sino estrictamente la solera y armadura de cada cual, incluso hasta cuando el depósito de carburante queda completamente seco.

Puede decirse que, para cualquier ciclista popular, la Marmotte es una aventura deportiva que justifica por sí misma todo un año de etapas en bicicleta. No sorprende, por tanto y una vez hecha, que te encuentres allí en Los Alpes con un pacífico ejército de aficionados que acuden repetidamente el primer sábado de cada mes de julio, con la bicicleta impecable como única arma de combate y, como intendencia, una convicción y un coraje íntegros, sin fisuras, y una anatomía armónica y pulida por innumerables jornadas de ciclismo y muchos kilómetros en los riñones.

Estoy convencido que no es en absoluto, y sobre todo a partir del segundo año, una prueba que debería asustar a nadie. Todo ciclista que mantenga una rutina anual de salidas puede acabarla en el intervalo razonable de tiempo que sus facultades, edad, y naturalmente, imprevistos indeseados, le permitan. Del mismo modo, tampoco debe preocupar a aquellos que siguen el clásico programa de preparación progresiva desde octubre a mayo, abordan algunas pruebas preparatorias para aficionados de primavera y verano, y culminan con La Marmotte en julio.

En cualquier caso, tampoco hay que engañarse; la Marmotte es, sin duda, extraordinariamente exigente e implacable para cualquier ciclista popular. Pero tiene una magnífica particularidad que la hace singularmente atractiva; y es que en ningún fragmento de su trazado tiene un ápice de aburrida. Planteada como una suerte de reto de administración sabia de esfuerzos, pundonor y entereza anímica, cualquiera que la haya hecho convendrá en que resulta extremadamente amena y provechosa. Y paradójicamente, y por encima de todo, los miles de ciclistas que la cumplen contigo no impiden que en el fondo tu única compañía sean la más íntima de las soledades y, para quien todavía sea capaz de reparar en ello, la estética de unos escenarios naturales por los que se pedalea, soberbios y crueles a partes iguales.

Como siempre, la clave del éxito - que no es otro que terminar sin grandes vías de agua - reside en dos vigas maestras. Primera, sostener una regularidad de entrenamientos de cierta consistencia – acostumbrarse a puertos largos y ásperos, a etapas de kilometraje amplio, a recuperar energías alimentándote según se marcha, manejar desarrollos de frecuencia alta, etc. - que te proporcione ese punto valiosísimo de confianza, sosiego y seguridad en el momento de tomar la salida. Y, segundo, conocer lo más aproximadamente posible el recorrido para evitar la sensación de desamparo o angustia en las crisis de flaqueza física, en los kilómetros más rigurosos. Obviamente, si se tiene información propia – sobre todo porque se ha rodado por allí anteriormente – acerca de la longitud  de esos tramos, desniveles, trechos de recuperación, etc. se liman nerviosismos y se apaciguan miedos.

Así que los insensatos que pretendemos cruzar la meta en la magnífica estación de esquí de Alpe d´Huez con la deliciosa emoción del sueño cumplido, con ese rictus heroico de quien cree alcanzar en ese mismo instante el Olimpo de los elegidos, no tenemos más remedio que renunciar a placeres de pereza, sofá o cama durante muchas horas del año, y cambiarlas por el sencillo placer de forzar las limitaciones de nuestro organismo. Y también, desde luego, estudiar la geografía, los rincones y todos los guiños y trampas de ese invento llamado Marmotte que, después de zarandearte y apalearte durante casi un día entero hasta dejarte magullados tanto los huesos como la presencia de espíritu, es capaz de seducirte al terminar en apenas cinco minutos hasta hacerte jurar por tus hormonas simétricas que el año que viene vas a volver y... “ ya verás tú el tiempazo que haré”.

Así de imaginativos somos algunos homínidos supuestamente inteligentes.

En resumen, creo que arrebatarle al tiempo y al espacio una mínima fracción sólo con el propio cuerpo, sustraerle un puñado de latidos al cronómetro, supone la lucha más noble del ser humano. Pero aún hoy quedan intactos en su belleza los versos de Píndaro en honor de los héroes olímpicos: si certámenes atléticos celebrar deseas, querido corazón, no busques otra estrella más alta que el Sol.